La movida madrileña en la periferia de Madrid era otra movida. En la periferia de Madrid nadie conocía a Alaska, nadie se cardaba el pelo y por supuesto, nadie se pasaba el día bailando. Las cosas eran muy diferentes en Villaverde Alto; no se trabajaba, no se estudiaba, las tardes se pasaban en el parque fumando porros y escuchando a los Chichos; y cuando no quedaba dinero se pegaba un tirón y si alguien se aburría se hacía un cientoveinticuatro. Así era la movida vista por los jinchos, adolescentes peligrosos que se metían en problemas, veinteañeros enganchados que te pegaban el palo y te buscaban una ruina por cuatro duros. Madres que sufrieron más de lo que se debe sufrir. El talego y los amigos que se tenían ahí, los héroes de barrio que no eran más que yonquis que aguantaban un poco más que el resto. Esa fue la parte oscura de La Movida que nunca nos contaron, la que no salía en La bola de cristal, la de los que estaban de verdad al loro y vaya si se colocaban. En esta cruda novela de puro costumbrismo quinqui Nacho Herranz nos invita a tomar unas cervezas con Loren, el protagonista de esa otra movida. Un narrador con la misma genética que el Pijoaparte de Juan Marsé y que a base de cervezas y una prosa descarnada nos relata las desventuras de un grupo de amigos que vivieron en un momento y un lugar donde no existían las oportunidades y si las había era sólo para mezclarlas con alcohol o caballo y llorar por ellas mientras se daban palmas y se iba deprisa deprisa.
